Hola mundo. Por aquí dejo mi primer post. Es un poema que forma parte de mi nuevo libro, «El manifiesto de la ciudadela». Me parece una buena opción para este comienzo, teniendo en cuenta la incertidumbre que presenta iniciar un proyecto como este.
Es mi deseo compartir con vosotros mis obras, reflexiones o delirios y, en fin, todo aquello que nace en mí y considero que ha de ser escrito. Mi intención no es más que descubrirnos mutuamente. Que vosotros os descubráis en mis palabras y yo descubra el valor en ellas. Sí, espero ser de utilidad para alguien, ya sea por entretenimiento, acompañamiento o iluminación, y que estas personas, me permitan valorar mi literatura en la justa medida de su acción frente a dichas personas.
A mí me apasiona escribir, si consigo que te apasione en igual medida lo que creo, o quizás te enseñe algo. Si te hace sentir algo nuevo o recuperar algo ya perdido o, simplemente, lo disfrutas en silencio, en soledad, en el tumulto de la compañía o de cualquier modo, mi obra habrá tenido sentido.
Sin más, comienzo aquí a revelar aquello que escribo desde la más profunda humildad y que comparto con la mayor de las ilusiones.
INCERTIDUMBRE
El futuro lo encaro con tal incertidumbre que
no sé si he de temerlo o vanagloriarme en dicha.
No sé si es desolación lo que me oprime el pecho
o más bien, es el corazón que quiere estallar en miles de mariposas
y si este es el caso, ¿dónde irán?
No me lo quieren decir, o quizás, al igual que yo,
no lo saben y tan solo quieren huir de una situación incómoda.
En verdad lo ansío,
aunque no sepa de qué huyo ni dónde he de refugiarme.
¿Qué me impulsa a este carrusel de sensaciones?
¿Quién me mece en este dilatado letargo que se me antoja un sueño?
La fuerza gravitacional nos da amaneceres cada mañana,
al girar y rotar la tierra.
Se alimentan los mares,
con las inmaculadas aguas de las montañas vírgenes.
La diferencia de temperatura suscita discrepancias entre presiones,
que pelean por dominar el sino de los vientos,
mientras las aves echan apuestas,
sobre cuál saldrá victoriosa y las guiará en su periplo.
La vida llega, se va y renace para mantener al todo,
esa energía todopoderosa que mantiene la rueda en equilibrio,
aunque los humanos queremos pasar entre algodones,
sin que nos afecten las leyes
que creemos injustas por no entenderlas
y la tierra, escupe fuego por grandes bocas con desaprobación,
aumentando sus dominios, ejerciendo su influencia,
que luego será colonizada por la sin-razón,
para fertilizarla con el sinsentido.
Entonces…
¿Qué fuerza me mueve?,
¿qué atracción me empuja?
¿a qué ley me debo?
Al igual que una hembra chimpancé
porta y se aferra a su cría inerte y sin vida,
me empeño yo en arrastrar esta vida funesta,
en este aciago sueño caduco
del que no consigo despertar
y del que me atraen, como la miel a las abejas,
sus falsos néctares corrompidos por la desidia,
como los frutos son marchitados por las arenas del tiempo.
Mientras lloro, mi desgracia
se vierte y se agota el agua de mi clepsidra
en forma de lágrimas amargas que me empapan el rostro,
para unos instantes después,
evaporarse junto al tiempo perdido en derramarlas.
Siento el sabor amargo de la derrota del sentido común
frente a una experimentada intuición,
que a fuerza de escarmientos,
ha mal-aprendido a creer por cierto
y, doblegada por la experiencia,
se postra ante la costumbre
engalanada por la más fría indiferencia.
Padezco el reflujo de la desazón
que sufre la verdad de unos ojos,
cuando los labios los acompañan con mentiras.
Soy la mirada fulminante y aterradora de la ira
tras asediar un corazón,
hasta someter a la templanza que allí habita.
Me siento como una bala perdida en campo santo,
condenada a vagar hiriente.
¿Acaso soy el resultado desfavorable
del deshojar de una Margarita?
¿La frase malintencionada que apaga la chispa
del brillo en la ilusión de una mirada?
¿La fatídica apuesta de una ruleta rusa
y la certidumbre de la muerte,
aún escapando al verdugo y su bala?
¿Me defino con la agonía de una vida entregada en vano
ante un destino indeleble y una esperanza impostada?
¿Soy la rebeldía del llanto que clama,
desde el fondo de un alma apenada,
la eutanasia de su desgracia?
¿Qué sentimientos me visten,
cuáles me arropan en la soledad de mi jaula?
¿Qué tormentos sufrimos, mente impía,
que provocaste el exilio de mi calma?
Siento el frío y la punzada de un invierno oscuro
que inherente, a la solemnidad del desprecio,
deja patente un nihilismo enmascarado en farándulas,
que embota la trascendencia implícita
en la belleza de las pasiones humanas.
Soy espumosa furia irascible,
que pomposa se adhiere al rubor de mi excitada moral,
cuando escandalizada la presunción,
se ve enjuta, sobrepasada por la rolliza realidad
y es fiel yesca para el fuego desolador
de la envidia del mediocre,
que se regocija en escarnios
ante la demacrada racionalidad.
Soy reflejo del desinhibido estupor del tiempo
que no acepta la mendicidad de sus días,
cercado por la sádica hambruna,
perpetuada por la carestía de ser fiel a su linaje.
Me enrolo con excesiva frecuencia
en la odisea de ahondar por las entrañas de la certeza,
sin darme apenas cuenta de lo incierto de mi convencimiento,
de la imposibilidad de vislumbrar el sendero,
a la luz desvanecida, casi extinta, de mi candela.
Por esto creo haber olvidado toda felicidad y su aroma
o se me antoja fácil reprobar la efimeridad de toda alegría.
Porque no hay paso que no me lleve a los abismos
o determinación que no escinda mi espíritu y mi firmeza.
Me engaño al pensar en el futuro, es cierto.
Mas, ¿no nos engañamos todos de algún u otro modo?
¿Por qué es que mi propio engaño resulta más doloroso?
¿Soy el creador de mi calamidad o su consecuencia?
¿Lucho por la eterna responsabilidad
de confrontar la impetuosidad del corazón
con la sobriedad de la razón?
¿Soy acaso una víctima, como mero espectador,
de la beligerancia entre ambas?
¿Un títere que no puede sino
subyugar a un bando u a otro
según la imperiosidad del momento?
Soy la tela hecha jirones, desmembrada del orgullo.
El honor que en desbandada, desaparece del campo de batalla.
La rendición de la voluntad cegada
a la suerte de una encrucijada sin letreros.
El derrumbe de los principios que no sostienen la infamia
de ser desterrados de su reconfortante utopía,
ante la reverberante distopía
que se afana en manifestarse, más real y cruda que nunca.