Manifiesto de la ciudadela

37 años colorean las fibras de mi iris.
Tres pequeñas almas nos armonizan la existencia a mi mujer y a mí.
He habitado en la duda y he tenido que escapar del miedo. 
Me he dejado abrazar por la tristeza y consolado al dolor. 
He caído rendido ante las caricias aterciopeladas de la felicidad, 
he sonreído tanto a la fortuna como a los infortunios. 
Me he revolcado con la vida y he sentido, en el roce, 
cada matiz de su piel. 
He sostenido un hermoso romance con mis musas, 
he divagado en rituales de lienzo y pluma, 
envolviéndome en la magia de mundos inalcanzables, 
para retrogradar luego a la infame tierra de yugo y castigo, 
sobreviviendo en un castillo de arena
apostado en el vórtice del huracán, esperando ser engullido
mientras fuera, espera un cielo estrellado, titilando esperanza.
He cabalgado a lomos de la fantasía bajo ese cielo estrellado,
recorriendo miles de leguas de tierras fértiles y hermosos prados,
ensoñando las maravillas que me puedan abordar.
He encendido una hoguera con la antorcha de mis pasiones
y he lanzado una flecha incendiada al corazón,
para que su fuego se expanda y me devore.
Me he reconfortado en la calidez de insospechadas relaciones,
he sentido la caricia de un desconocido en una conversación banal.
He mirado a los ojos al tiempo y me ha contado de su felicidad.
He escuchado a los pájaros cantándome la sinfonía del universo,
desvelándome todos sus secretos.
Me he deleitado con amalgamas florales y sus perfumes.
Me ha hipnotizado la fuerza del mar.
Me he estremecido con los vientos y sus azogues,
me ha conmovido la resiliencia humana y su lucha constante.
He mirado a los ojos y me he encontrado en muchas vidas que,
atrapadas en retinas inconscientes guardan mis secretos más profundos,
esperando que las rescate en un acto valiente de rememoración
y crezca en su eterna sabiduría, 
despojando para siempre a esos ojos desconocidos
de toda aseveración que mi huella les producía.
Me he mimetizado en mi corazón 
y observado de cerca sus movimientos,
he sido incrédulo testigo del inagotable trabajo de la fragua,
forjando mi carácter y mi determinación, mi fe y mi locura,
y todas aquellas armas que hoy blando en cada batalla y que,
bien me aseguro de afilar y pulir.
Han invadido a menudo mis fueros pero,
jamás recapitulé ningún ordenamiento 
que no fuera mío, o pudiera haberlo sido,
ni brindé oportunidad para la sublevación a lo inhóspito,
ni fui vasallo de la desidia emocional de los incautos. 
El arañazo del tiempo me ha rasgado las vestiduras 
hasta despojarme de mis harapos, 
el veneno en su mordedura 
ha sido antídoto para la idiotez y ahora, 
que la sabiduría ve mi desnudez 
me tienta con sus pecados.