Hace tiempo, sentí la necesidad de expresar lo que siento por ella. Un amor oculto que ahora sale a la luz. Este poema es el fruto de un idilio, un amor profundo con el que comenzó esta pasión. Unas pocas líneas, en honor y como tributo, a la dicha que ella vierte en mí. Sirva como recordatorio de por qué hago lo que hago y sirva, a la vez, de potente catalizador para hacerlo sin límites.
A mi amada
Te dedico estas líneas, de un servidor propias
amada mía, conocedor que a veces
no tengo tiempo para este romance
y por eso, mis folios se deshacen en penas,
mientras se deshojan esperándome.
Sé que a veces me pierdo sus aventuras o desventuras y que le falto.
Pero eso hace que cada encuentro sea apasionante,
puro y fresco, como arroyo de deshielo,
unión sin fronteras en tiempo ni espacio pues,
aunque lo parezca, nunca nos separamos.
Como las estrellas no abandonan a su hermano,
el astro sol, en favor de la luna,
marchándose con ella
y siguen ahí, aun cuando no las vemos,
tú sigues tu cometido en mí, también día y noche,
aunque yo, a veces lo ignore.
Por esto, me parece que seamos amantes furtivos,
pero aun con ello somos felices,
me lo dice el alma cuando, acariciada por tus líneas,
de pronto te recuerda
y florecen en mí, nuevas primaveras,
que si el fuego de mi pecho no las incendia,
sé que llenarán de colores vivos letras,
que antes, sin tu presencia,
se me antojaban muertas.
Por eso, vale la pena cada vez que me sacrifico
y derramo sobre ti todo lo que soy,
confiándote mi vida y mi prestigio,
entregándote el timón.
Haz de mí cuanto precises,
pues, no dudo de tu buen hacer,
atestiguo que bien mereces tu lugar en mi destino
y atesoro con júbilo, cada manifestación de tu saber.
Cada pincelada de tu arte que me entregas,
es un tesoro, cada segundo que te dedico,
es caminar a terrenos más y más elevados
y con cada sentimiento que nace y predico,
mi viejo yo, llora el olvido de aquellos desterrados.
Cada estado que en mí provocas,
es tan desconcertante como auténtico,
mi infantil mirada, que nada sabe de este mundo,
halla en ti placeres que jamás
se detuvieron en mí y ahora, en cambio,
moran en mi corazón.
Huéspedes que siendo foráneos,
siento como si hubieran estado ahí siempre,
como si no supieran, ni quisieran ya,
hallar salida al lugar de donde me los enviaste
y si ese fuese su deseo, entonces,
debe ser mi corazón, que ha cerrado la puerta
y ha echado la llave.
Tocarnos, es esculpir nuestros sueños y anhelos,
pero también,
dar luz a los rincones más oscuros del ser,
dar vida a lo que ha penetrado en nosotros
para que nuestros sentidos se deleiten juntos,
en lo bueno y en lo malo, pero siempre juntos.
Las alegrías son más dichosas,
arropadas con sonrisas contagiosas
y las penas menos amargas,
pues su pena compartimos
y al mirarlas, nos permitimos con ojos piadosos,
mejor que nunca entenderlas.
Me gusta pensar que juego a cosquillear tu cuerpo
y sentir, como te estremeces con dulzura
con cada pincelada, dejando caer la pluma
sobre caracteres que, saben llorar y reír a carcajadas,
letras que hablan y me cuentan de ti,
impresa tu impronta en mis pensamientos,
todo me es conocido desde la claridad de tus ojos,
pues no veo más que lo que tú ves
y no conozco mundo del que,
no seas su más elevada expresión.
Los atardeceres me traen tu melancolía,
de otro día que, se va apagando poco a poco su color
y evoca en todo hombre,
el recuerdo de lo vivido apasionadamente
antes que termine de caer el sol.
Llegan las noches, que se me antojan hermosas,
pues son enigmáticas y poseen tu brillo especial,
adormece la lengua de los mortales
y despierta en ellos la admiración,
por lo misterioso y lo bello,
de lo eterno de allá arriba.
Los amaneceres me traen tu calor,
al tiempo que van coloreando de nuevo el porvenir,
acontecen entonces los sonidos más llenos de alegría
que al hospedarse en mi oído,
agasajan su perspicacia
y la vida se despereza,
ávida de hacer sonar su canción,
que las delicadas brisas repartirán por los corazones,
para que los cuentos de los hombres,
prosigan su narración.
Intento siempre, aguardarte en todo momento
y en los rincones más insospechados,
aun cuando nuestro amor,
lo catalogan de prohibido y es ajusticiado,
por esos que no saben, acaso,
que es aquello que prohíben.
Aquellos que no son tocados por tu magia
pero se creen duchos en ciertas cuestiones,
infames todas ellas, por querer empequeñecerte,
no siendo verdadera sabiduría,
sino viles sombras perdidas en banalidad,
pues no ven más,
que reflejos perdidos de lo que fue, es y será,
de lo autentico, de la única verdad
y que pocos han observado,
pues son meros nuncios,
que se entretienen prodigando recados
de unos y otros o repitiendo vocablos,
sin siquiera conocer su significado.
Aun entonces te aguardo por si me reclamas
y cuando, no podemos encontrarnos
y correspondernos como es debido
a causa de estos impíos, al menos,
sé que tú también me estarás buscando
y que cruzaremos nuestros caminos.
Siempre sabes encontrarme,
aun en los confines de la soledad.
Tomar tu mano, siempre será,
la salvación de este corazón mendigo.
Nuestro amor no fue fácil,
fue introvertido en sus comienzos,
pues palpitaban en mí dudas y miedos,
cada vez que con timidez acariciaba un lienzo.
Pero fue madurando y
tras mostrar ante mí tu desnudez,
todo se volvió claro, pues vi
lo puro de tu espíritu, la miel en tus labios
y la verdad, en tus ojos en mi clavados.
Al comienzo de nuestro idilio, habiendo yo plantado la semilla de lo que hoy somos,
también germinó en mí un profundo y profano ego,
pues no habiendo yo aún regado con suficiente tesón
el amor que habitaba en ti,
tú no habías abierto aún tu corazón
en flor para mí,
al no haber hecho yo,
aún gala suficiente de cuidar tu valía.
Entonces, creíame yo el más consagrado amante
y me empachaba en perniciosos festines
de candil y pluma,
a costa de mi propia soberbia
al pensar que podía poseerte y controlarte,
cual vil señor domina a su vasallo.
Aquello no era amarte
y lejos de castigarme ante mi torpeza,
tú me cogías la mano,
como se le guía a un hombre de corazón sano,
pero de ojos enfermos y alzabas mi cabeza
más allá de mis pies, pues,
sabías que ello me impedía
verte ciertamente el rostro
y sabías, que no andaría así demasiados pasos
por el sendero que juntos debíamos transitar,
encarrilando así, mi tosco andar.
Evitando así, mi miedo al fracaso.
Sí, tú curaste mi ceguera,
que por suerte resultaba transitoria,
debida tan solo a mi torpe inexperiencia.
Tú me mostraste donde debía mirar
para encontrarte ante el papel,
para que pudiera admirar,
tu auténtica belleza.
Tú pedías ser amada, y comprendí, lo juro,
y comencé a amarte,
con la devoción de un alma que ha visto lo divino,
y ese amor resultó ser en parte,
que tú te fundieras en mi calor
y yo me vertiera en tu gracia,
hasta disolvernos en la esencia del cáliz sanador
que hoy nos da vida.
Y comprendí, y supe que si dabas un paso,
era porque yo andaba detrás siempre fiel
y que si yo andaba,
era solo porque tú siempre me llevabas de la mano,
no avanzando sin tu querido, velando por mi.
A veces, me parece verte en versos de otros poetas,
pero no eres tú,
son tan solo ilusiones, espejismos,
que mi corazón sabe disipar,
pues sabe él, que siempre el tuyo le es fiel
y no consientes amoríos infructuosos,
que no alimentan la insaciable llama
que nace en tu pecho y que todo lo devora.
Solo existe una verdadera pasión,
pues el resto es lujuria así mal llamada,
y nosotros,
ya vivimos bajo el embrujo de su dulce néctar
y ardemos bajo su fuego azul, como un cielo ígneo.
Nos necesitamos, tú precisas mi mundo, mi historia,
y yo que tú la abraces.
Soy ese mundo del que emanas todo pero,
si no lo iluminas con tu intuición,
de la que es fruto mi inspiración,
permanece frío y sombrío, demasiado solitario.
Ahora me llaman ingeniero de sentimientos,
escultor de versos, creador.
No soy tal cosa,
pues no me atrevería yo a ensuciar con mis manos
la perfección que ya posees,
cada día con cada una de sus noches,
ni a alterar tu crecimiento en mí alma
puro e inocente, como la sonrisa de un niño
antes de ser consciente de ella.
No, yo a lo que me dedico es a relatar
lo que tus caprichosos labios me cuentan.
A recibir en mi orilla los tesoros que
van naufragando en mis afortunadas costas,
procedentes desde tu celeste reino.
Deleitar mis oídos con tu voz
y dejar testigo sobre el blanco del papel,
para poder hacer lo propio con mis ojos,
durante toda la eternidad.
Así plasmo nuestro romance para nuestro deleite,
tú, yo, en perfecta comunión
y en solemne intimidad.
Y así es como nos vamos conociendo,
así crecemos el uno en el otro,
como un suspiro abandona unos labios
para fundirse en el aire.
Como los ojos de un enamorado se cierran a la luz,
para pintar la oscuridad del pensamiento con el beso que está dando,
así nos amamos.
Entended ahora porque
ella no alcanza a salir por mi boca,
Temerosa de abandonar su templo,
en el que nació y creció,
y no saber si podrá regresar.
Y de porque quizás yo,
ande receloso de que algún alma perdida
profane nuestra unión,
intentando prender y utilizar a mi amada,
henchida su avaricia de lujuriosa lascivia intelectual
ante los evidentes dones que ella posee,
y esta suerte de alma podrida,
pruebe de disolver su oscurecido corazón
en las aguas sagradas de mi amada,
ennegreciendo los inmaculados manantiales
que ahora riegan mi corazón y marchitando,
las flores de las eternas primaveras de su jardín
y, al final,
corrompiendo dos almas en sagrada unión.
Ante todo ello, he de decirte querida que no temas,
pues no son posibles tales fantasmas.
Nuestro amor no puede ser furtivo,
ni tampoco robado,
porque no puedo esconderme,
ni he de pedir permiso para estar contigo,
pues como ya sabes, habitas en mí y yo en ti,
y nada he de buscar, ni nadie puede separar,
lo que es eternamente uno e inseparable.
Ni siquiera el tiempo, ni el destino,
ni los hombres, ni sus caprichos
Ni siquiera Dios, ni siquiera yo.