El hombre en la parada

Este microrelato me vino a la mente del tirón, en cuestión de minutos, lo tenía. No fue sino, despues de haberlo escrito, cuando tuve tiempo de analizar o comprender que pretendía decir. Esto lo dejo a la imaginación de cada uno, pues eso es lo bello de leer. Pero a pesar de ser escueto, denota profunidad, misterio y belleza.

El hombre en la parada

Un hombre sentado en su parada, fuma el olvido en ásperas caladas de un tosco cigarro, que proyecta su intermitencia como la luz de un faro, dibujando con cada bocanada gráciles ondulaciones que se escapan junto con sus recuerdos, mientras se los lleva el aire. El hombre parece entretenido mientras espera el autobús. La gente se agolpa alrededor ante su inminente llegada, pero él ni se inmuta. Llega un autobús que no se para y el hombre se recoloca para alargar su estancia, esperando en su parcela. Al cabo, llega otro autobús, la gente sube y baja y el hombre, inquebrantable, se mantiene inmóvil. Apurando su cigarro, agota su memoria, y cada vez, ha de buscar en recovecos más lejanos, y ajenos. Se ahoga el llanto del cigarro mientras se consume entre el rumor del gentío, pero el hombre sabe bien cuánta vida consume de su tiempo. El tumulto, que se arremolina y con charlatanería revolotea a su alrededor, se pregunta por este misterioso hombre, saltan por los aires conjeturas, centellean especulaciones. Pasan más autobuses y el hombre parece ignorarlos. ¿Qué hace allí aquella enigmática figura? ¿Qué es, entonces, lo que espera? El hombre con su cigarro; extraviado en los recovecos de la psique, mendigando al pasado las migajas de una ilusión, a punto de ser engullido por las llamas y desaparecer de entre sus dedos, sonríe, se prepara para el último suspiro, ya no le queda recuerdo que rescatar. Llega otro autobús más, y la gente aguarda expectante. El hombre deja de sonreír y, por fin, pega una gran bocanada que hace que el cigarro prenda en un gran círculo rojo, frente su boca, como si pretendiera absorber el sol y, enseguida, el eclipse de la luna, y su noche; llave inerte, consumido, el pitillo en el suelo. El hombre exhala una gran nube de humo que, blanca como la nieve y gris como su pelo cano, envuelve el lugar. Como la niebla al alba, envuelve el misterio. Como el vapor oculta al tren que se marcha, perdiendo la pista del andén, desapareciendo en su cortina las manos alzadas en despedida. El gentío enardece ante tal conducta y lanza incriminaciones que, como cuchillas, van sesgando el espeso humo, lo van barriendo, a medida que el respetable airea su humor torcido y, tras desaparecer este, para sorpresa del público, ni rastro del hombre, ni rastro del autobús, que se han desvanecido junto al molesto humo, y en el suelo, solitaria, dócil y extinguida, la maltrecha colilla.

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